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Jesús de Nazaret

Jesús de Nazaret

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Desde: 24/09/2015

V.1.2.5. La fuerza de una convicción y la fuerza del Espíritu Santo

La Resurrección es un hecho, sucede en un instante determinado; pero ya no es temporalpertenece ya por completo al ámbito de la vida espiritual en Dios. Para los cristianos, tras el instante de la muerte, «entramos» en la nueva vida en Dios, «absolutamente inimaginable» siquiera… Los cristianos creemos que «la persona» no desaparece; los no creyentes suelen creer que, al morir, desaparecemos en la nada como cualquier otro animal.

Para entender «un poco menos mal» la resurrección de Jesús, es necesario diferenciar la fe que tenían los Apóstoles y la fe que querían transmitir tras la Resurrección de Jesús.

Tenían la misma fe que los demás judíos:

Creían que los muertos «habitaban» un lugar oscuro, silencioso… al que llamaban sheol. Sus cuerpos se descomponían; pero sus «personas» seguían existiendo. ¿Cómo? Ni idea. La diferencia entre cuerpo y alma no estaba en su cultura. Para ellos existía la «persona».

Querían transmitir una fe nueva, añadiendo dos revelaciones de importancia capital, fundamental, insustituible:

La primera: que Jesús ya existía en una «vida nueva» en Dios: que su Padre Dios lo había resucitado, que lo había exaltado, que no había quedado en la muerte, en el sheol…

La segunda, que ése era el destino de todos los hombres; que ésa era la verdadera salvación prometida a los israelitas; que dicha salvación empieza a realizarse ya en esta tierra, entre todos los hombres,todos, sin excepción, aunque nos cueste un riñón y encima lo consigamos muy a medias… pero se consumará, será «perfecto en la otra vida», la vida en Dios en la que ya «entró» Jesús con su resurrección.

Estas ideas se repiten de muchas maneras en los evangelios. Acudieron a imágenes bíblicas porque las Escrituras eran su libro de cabecera… la manera más adecuada de transmitir la fe en aquel momento. Ahora quizá emplearían otro lenguaje… ¡Pero ahora nos anima la misma fuerza del Espíritu Santo de Jesús! Ahora «palpamos» un milagro: que se propagase el cristianismo por todo el mundo y que permanezca...

¡A rezar mucho! ¡A pensar más! ¡A ser buenas personas! … y «veremos» a Jesús.

Padre nuestro, que estás en el cielo;
Santificado sea tu Nombre.
Venga a nosotros tu reino.
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación.
Y líbranos del mal.

Amén

Dios te salve, María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo.
Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

Santa María, Madre de Dios,
Ruega por nosotros, pecadores,
Ahora y en la hora de nuestra muerte.

Amén

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.