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Jesús de Nazaret

Jesús de Nazaret

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II.2.3.04. Cuento de Navidad. ABC, 24-12-2010. Ignacio Camacho. ***

La lectura del cuento dura tres minutos… Es mucho más largo «pensar» su significado.

«Estaba harto de teñirse las canas para las entrevistas de trabajo, un empeño que sólo le servía para humillarse a sí mismo; los jefes de Recursos Humanos echaban una ojeada al currículum y al ver la fecha de nacimiento hacían unas preguntas corteses antes de decirle que ya lo llamarían. A su edad empezaba a contemplar en serio la oscura evidencia de no volver a encontrar empleo. Llevaba dos navidades en el paro y le deprimía enfrentarse a la tercera en medio de una crisis de vacío, incertidumbre y desasosiego.

Una tarde coincidió en el portal con una vecina enferma de alzhéimer a la que estaba acostumbrado a saludar en sus casuales encuentros sin obtener más respuesta que una leve sonrisa ensimismada, pero esta vez ella le habló como si estuviera dirigiéndose a su hijo y le reprochó lo poco que iba a verla con un cierto deje de amargura. La mujer que le acompañaba, una colombiana de ojos grandes y dulces, le indicó por señas que le siguiera la corriente y él se dejó regañar con naturalidad y arguyó que estaba sobrecargado de trabajo. Al salir del ascensor la anciana le flanqueó el paso hacia su casa y se sintió obligado a entrar para evitar una situación conflictiva: se sentó con ella en un salón lleno de fotos antiguas y se quedó un buen rato sintiéndose útil mientras escuchaba a aquella dama ausente dentro de sí misma que le contaba abstractas escenas familiares que jamás había vivido. Luego pareció adormilarse en su propia bruma y entonces la asistenta le explicó con inevitable zozobra que la señora de la casa era soltera sin hijos ni más parentela que un hermano distante que socorría sus gastos de supervivencia. Se fue con una desazón casi culpable ante aquel silencioso drama de olvido, soledad y desamparo.

El día de Nochebuena las vio de lejos cuando regresaban de un paseo y se dejó llevar por el impulso de hacerles una visita. La vecina estaba delante del televisor y le miró con extrañeza cuando le dijo que venía a felicitarle la Navidad; él sintió una punzada de desconcierto al darse cuenta de que el almanaque se le había extraviado en la niebla neuronal y no supo cómo controlar aquel momento de embarazo. Entonces la acompañante lo invitó a sentarse con un gesto de complicidad y un tono de mucha dulzura ponderó ante la enferma el cariño de su hijo. La mujer le cogió la mano con ternura y empezó a relatarle borrosos episodios de una vida familiar tal vez escrita en la pizarra húmeda de un ensueño, que intercalaba con preguntas muy precisas sobre cómo le iba en la vida. Tuvo que inventar respuestas sobre un trabajo que no tenía él y unos nietos que no tenía ella; la tarde se fue entera en aquella piadosa simulación de la que no sabía cómo escapar y en un momento dado se le quebró el alma cuando ella alargó la mano hasta sus sienes, se las acarició muy delicadamente y le preguntó con afectuoso aire maternal por qué se teñía el pelo.»

¿Qué tiene que ver la Navidad con la tragedia de un hombre hecho y derecho que ve acercarse su tercera Navidad sin trabajo, harto ya de teñirse el pelo de negro para parecer más joven y sin embargo com-padeciendo otra tragedia infinitamente menor que la suya?