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Jesús de Nazaret

Jesús de Nazaret

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Desde: 24/09/2015

PRINCIPIOS Y OBJETIVOS de la propuesta de estos momentos de reflexión – oración.

Las ideas que expresamos en estas páginas constituyen el cimiento de cada momento de reflexión-oración. Su lectura puede ser interesante para enhebrar mejor las ideas. Aunque nos parece muy conveniente la lectura completa de esta página, como es algo larga damos primero una síntesis.

SÍNTESIS

1.- Lo más característico de los Seres Humanos (SH): pensarnos como individuos, «separados» del resto de la Naturaleza. La capacidad espiritual. Consecuencia: ser capaces de darnos destino, vivir para «algo» elegido libremente.

2.- Nivel espiritual, religión y trascendencia: Capacidad humana espiritual no es necesariamente fe religiosa. Entendemos la transcendencia religiosa como la creencia en la continuidad de la existencia personal tras la muerte biológica, existencia fuera del tiempo y del espacio; en Dios, cualquiera que sea el nombre que se le dé a Dios o a esa trascendencia. Las posturas u opciones personales ante esta trascendencia son decisiones humanas, todas igualmente dignas y respetables. Se agrupan en tres grandes grupos: creyentes, ateos, agnósticos.

3.- ¿Por qué tantas religiones? Las religiones son respuestas a la trascendencia, a la esperanza de plenitud definitiva. Estas respuestas son «humanas», desde luego, y dependerán por tanto de situaciones históricas y naturales de los grupos humanos que las profesan, contando siempre con la decisión personal. Las religiones se ofrecen, no se imponen a los individuos. Cuando se traspasa esta barrera, la religión se hace ideología.

4.- Algunas Religiones.

Judaísmo, Israel. Adoran a un único Dios, creador de cuanto existe. De Él esperan una salvación para todo el mundo en el que su pueblo, el judío, tendrá una situación preeminente.

Jesús de Nazaret. Nació, vivió y murió como judío. Pero predicó (y murió por ello) una visión de Dios diferente a la de su pueblo: Dios es Padre, Abba, Papá, de todos los seres humanos: nos quiere a todos, sin excepciones… A nadie impone condiciones para ser querido por Él.

Cristianismo: nació como «reunión», «ecclesia», de los discípulos de Jesús. En principio fue pensada como culminación del judaísmo. Tras su Resurrección, la figura humana de Jesús es confesada como la «perfecta humanización» de Dios: Dios se hizo ser humano como los demás, en Jesús de Nazaret. La historia de la Iglesia es también historia de seres humanos, con sus luces y sombras. «Dar a conocer a Jesús y hacerlo amar» será siempre la motivación de fondo del cristianismo y de los cristianos. La cultura occidental es incomprensible sin el cristianismo.

El Islam: Nace en el siglo VII de nuestra era. Es predicada por Mahoma. Su idea de Dios y demás características religiosas están tomadas de la Biblia judeocristiana y de las costumbres tribales del pueblo árabe. Convencer al mundo entero que su religión es la única verdadera es una obligación que han de cumplir incluso por la fuerza.

Religiones asiáticas: Aunque den culto a muchos «dioses», suelen reconocer la existencia de un Dios supremo, idea no muy diferente de la judeocristiana. Pero no es lo esencial de «su práctica religiosa»: en ésta buscan ante todo alcanzar «hasta el fondo» la verdadera realidad del ser humano, cualquiera que sea el nombre que se dé a esta aspiración (nirvana, reencarnación, etc.) o a las técnicas para lograrlo (yoga, taichí, etc.)

Mundo actual: persisten las religiones, por supuesto. Pero es muy fuerte el empuje laicista, o pretensión de anularlas todas. Ideas más extendidas: El Hombre se basta a sí mismo. Las decisiones sociales han de tomarse no por principios éticos absolutos sino por mayorías, relativismo. El final de cada ser humano y de la Humanidad es la desaparición en la nada.

 1.- ¿Qué es lo más característico de los Seres Humanos (SH)?

Maslow planteó las necesidades de los SH en forma de pirámide estratificada. En el estrato básico están las necesidades de subsistencia, del individuo y de la especie. Siguen las necesidades de «casa», ligadas a las necesidades de pertenencia a un grupo, o familia. Por encima están las necesidades culturales: saber, comprender, etc. Este autor dice que los SH no intentamos satisfacer las necesidades del estrato superior mientras no tengamos cubierta la necesidad del estrato anterior… Ejemplo: Es inútil tratar de “culturizar” a un pueblo mientras no tengan satisfechas al mínimo las necesidades de alimento y vivienda.

Este Psicólogo, que ha dicho ser ateo, ha manifestado también que no puede negarse a reconocer la existencia en los SH de un nivel de necesidades por encima del estrato cultural. Lo llamamos estrato o nivel espiritual. No debe confundirse con el nivel religioso… Un depósito puede estar lleno de agua, de vino, de gasolina… ¡o vacío! Pero será evidente a cualquier observador que el depósito existe. Tiene que ver esto con lo que se dice con mucha frecuencia «que los SH tenemos ansia o necesidad de lo infinito». Sin embargo, hay que reconocer que también existen muchas personas que están felices con su finitud o limitación existencial… Diríase que estas personas no tienen miedo a que “su” depósito se quede vacío de infinitud.

Nos planteamos esta cuestión: ¿Qué es lo más “humano” de los SH, aquella o aquellas características que nos hacen absolutamente diferentes del resto de los animales? Los adolescentes y jóvenes suelen señalar de inmediato la inteligencia, la voluntad, la libertad, etc. En cuanto se les piden diferencias reales (no sólo de grado) con los animales, sus argumentaciones se tambalean. Es natural. Hay que afinar más. Si no alargamos el tiempo en discutir sobre el lenguaje, la risa, etc., los jóvenes pueden llegar enseguida a dos conclusiones cortas, pero fundamentales:

  • Que el SH se percibe a sí mismo integrado en la Naturaleza pero de alguna manera “separado”, distinto de ella.
  • Que el SH es capaz de darse destino a sí mismo.

Esta segunda capacidad, se hace imperiosa a poco que el SH se desarrolle, a poco que vaya satisfaciendo los estratos inferiores de necesidad. Necesitamos dar destino o sentido a nuestras vidas. Nuestras vidas tienen que valer para algo. El “depósito” de nuestra vida tiene que llenarse de algo. El “vacío” nos resulta espantoso. Si nadie nos quiere ni tenemos a nadie a quién querer, sentimos que nuestra vida está suspendida en el vacío… ¡y caerá sin remedio en el absurdo existencial!… Y nadie es capaz de aguantar esta cárcel sin siquiera un resquicio pequeñito de luz – ¡esperanza! – aunque aparezca casi perdido en lo más profundo del acontecer y sentimiento de la persona. Para definir esta «cárcel» empleamos un término muy significativo, nihilismo, de nihil, latín, que significa “nada”. (Aniquilar, reducir a la nada. Nihil se pronunciaba «nikil»)

La inmensa mayoría de las personas, aunque no se planteen ex profeso dar sentido a sus vidas, llenan “este depósito de la vida” con la familia y el trabajo.

Otras muchas personas perciben que vaciándose por completo de sí mismas para “llenar su depósito” de cariño y amor a los demás lograrán dar sentido total y definitivo a sus vidas. Los místicos sienten que aman a Dios y se sienten queridos por él de manera intensísima. Experimentan que «sus vidas fluyen en Dios»; viven inmersos en él. Emplean palabras o frases cuyo significado es difícil de percibir. Se habla de «éxtasis», ser o estar o sentirse «fuera desde dentro». Otras personas tienen una experiencia muy similar en los momentos más intensos de su «trabajo»: escaladores, investigadores, artistas… Expresan que su vida fluye de tal forma en esos momentos que les parece flotar o vivir fuera del tiempo. En varios monasterios existe la leyenda del monje que salió de paseo al bosque y se quedó ensimismado escuchando el canto de un pájaro… Cuando regresó al monasterio no conocía a nadie ¡porque habían pasado 300 años…!

Los momentos en que las personas nos sentimos plenamente felices son, sin ninguna duda, cuando sentimos que queremos a alguien y alguien nos quiere. Sentimos que nuestra vida «fluye» espontáneamente.

Otra conclusión que los muchachos alcanzan también con facilidad: que el egoísmo es la manera más eficaz de “llenar este depósito de la vida” con algo que lo haga perfectamente inútil. Perciben enseguida que el egoísmo es el origen definitivo del mal. O también: que la felicidad se logra “con las manos abiertas” para dar. Cuando el egoísmo nos cierra las manos, la felicidad se nos escapa como el aire de los puños cerrados. Puede que algunos o muchos consigan “pasar buenos ratos”; pero el “continuo vital” de felicidad, de sentirse bien, el «fluir de la vida», se agotará sin remedio.

Estas características y necesidades de que hablamos están claramente en el nivel o estrato espiritual. Somos mucho más que cualquier animal… (aunque, a veces, nuestros comportamientos harían sonrojar de vergüenza a los animales más feroces o asquerosos).

2.- Nivel espiritual, religión y trascendencia.

No se confunden «estrato espiritual» de la persona con «sentido religioso» de la persona. Aquí entendemos por “transcendencia” de las personas el hecho de seguir existiendo tras la muerte biológica. Entendida así la transcendencia ya no estamos ante un hecho observable, como lo que hemos llamado “estrato espiritual”, sino ante un convencimiento indemostrable. Estamos ante un “acto de fe”.

Ante la transcendencia, los SH tomamos una de estas tres posturas:

  • Quienes “dicen que sí” a la transcendencia creen que tras la muerte seguimos existiendo como personas y no sólo como recuerdo, historia, etc. Personas religiosas.
  • Quienes dicen que “ni saben ni puede saberse” qué pasa con nuestras personas tras la muerte. (Qué pasa con nuestros cuerpos, no es ningún misterio.) Personas agnósticas.
  • Quienes dicen que tras la muerte dejamos de existir como personas. Simplemente morimos como cualquier otro ser vivo y desaparecemos por completo de la existencia. La nada como destino. Personas ateas.

Personas religiosas: Las personas religiosas creemos que los SH estamos “re-ligados” – de ahí la palabra “re-ligión” – a un SER SUPREMO, creador  de todo lo que existe, que «existe por si mismo», nada ni nadie le ha dado la existencia. Cuando Moisés preguntó ante la zarza ardiendo sin consumirse quién le hablaba, la voz le respondió  «Yo-soy» el que soy, el que existo por mí mismo. A este SER llamamos DIOS. En la idea de Dios proyectamos nuestra conciencia de “personas” y, aunque no podemos conocer directamente nada de él, decimos que es un “Ser personal” como nosotros, pero infinito en su capacidad de voluntad, poder y libertad. Creemos que este Dios no nos dejará volver a la nada, a la inexistencia de la que directa o indirectamente Él nos sacó, sino que seguiremos existiendo en Él de manera absolutamente incomprensible ahora para nuestras mentes. Es lo que llamamos “eternidad”… que no es la existencia por tiempo indefinido, sino la existencia ya fuera del tiempo y del espacio. ¿Que esto es incomprensible? ¡Claro! Por eso exige “tener fe” (fides)… que es, por definición, ser fiel a Alguien, “fiarse” de él, “con-fiar” en él. Los místicos dicen que es “el todo Otro”. Los cristianos, por herencia judía, decimos que es “Santo”, (de “sanctus”, separado): el «todo Otro» con “existencia personal” como la nuestra. Si fuésemos capaces de comprender a Dios, o tan siquiera su existencia, seríamos dioses como él… Pero esto es tan absurdo como un círculo cuadrado o existir y no-existir al mismo tiempo.

Personas agnósticas: Las personas que optan por encogerse de hombros, por quedarse en el “no sé, no puedo saber, quizás…” constituyen el grupo de los agnósticos; de «a-gnosis», «sin conocer», en griego.

Personas ateas: Otras muchas personas optan por la postura vital de la seguridad de que no existe la trascendencia en sentido propio; por tanto, no existe un Dios que acoja nuestra existencia tras la muerte… (O, si existe, no le importamos un carajo). Simplemente dejamos de existir tras la muerte biológica. Son el grupo de los que llamamos ateos, de «a-theos», o “sin dios”, en griego.

Existen otros grupos de personas que adoptan posturas algo diferentes. Ejemplo, los deístas. Creen que existe un dios identificado de manera más o menos explícita con el mismo universo; pero de ninguna manera un dios personal. En realidad son también ateos.

Cualquiera de estas posturas vitales es tan legítima, digna y libre como las otras. Nadie puede imponer su opción vital a nadie. Es legítimo tratar de convencer, no de obligar.

3.- ¿Por qué tantas religiones?

La cuestión es inevitable ¿Por qué tantas religiones? ¿No será todo un cuento para sacar dinero a los “fieles” o “con-fiados”… como opinan tantas personas (sobre todo en cuanto se ponen a hablar de los curas)?

Pues no. El fenómeno de las religiones es un hecho de todas las sociedades, aunque no sea de todos sus individuos.

Veamos. La moral o ética se sitúa en el plano de la capacidad espiritual de los SH. Lo más común a todas las personas es una especie de ley general, no escrita pero real: “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”. Esta “regla de oro” rige en el plano de las conductas individuales y sociales. Es universal. Pero esta regla no es «una» o «la» religión.

Las religiones son respuestas a la trascendencia. Respuestas a una necesidad que experimentamos la inmensa mayoría de los SH, que impregna todos los estratos de la mencionada pirámide de Maslow y que definimos como la necesidad de dar sentido a nuestras vidas… ¡y a nuestra muerte!… de tener y mantener lleno con esperanza de plenitud el depósito de nuestra vida y seguir existiendo como la misma persona que fuimos en vida, aunque ya fuera del tiempo y del espacio.

Estas “respuestas” han sido varias y diferentes a lo largo de la historia de los SH. En su origen están casi siempre hombres iluminados, sensibles, influyentes… que vieron la necesidad (a veces, el estado más o menos calamitoso) de sus pueblos y les propusieron maneras de entender la vida y la muerte.

Las religiones más primitivas fueron “animistas” («ánima» o «alma» o principio vital de los seres vivos) porque “daban vida” al sol, a los astros, a los volcanes, a la Naturaleza en general, etc. Casi siempre porque veían en ellos poderes que de alguna manera regían sus vidas, en las buenas y en las malas circunstancias. Todavía existen pueblos, y personas, animistas.

Otros pueblos adoptaron formas más complejas de entender la vida y la muerte, siguiendo casi siempre a “maestros” o personajes que vivieron realmente en un tiempo determinado y cuyas enseñanzas se conservaron en la tradición y costumbres de sus pueblos y de otros a los que conquistaban por las armas, por la cultura o por ambas.

Los mitos son narraciones que expresan cómo los pueblos entendían su existencia, sus vidas, su muerte. Muchos fenómenos puramente humanos fueron mitificados para darles una explicación mínimamente coherente. El mito de Adán y Eva que narra la Biblia existía ya en otros pueblos vecinos de Israel. Ahora conocemos el hecho de la evolución de las especies. En los primeros tiempos bíblicos, no; pero encontraron una explicación para una verdad para ellos incontrovertible: que la aparición de los seres humanos sobre la Tierra es obra de Dios y que la existencia del mal entre los hombres es fruto de la soberbia y de la envidia: El fruto del árbol prohibido, Caín y Abel.

4.- Algunas Religiones.

Judaísmo, Israel. En un momento determinado del larguísimo imperio egipcio surgió entre los israelitas un líder, Moisés. Israel era un pueblo no egipcio, sometido y esclavizado por Egipto. Moisés les convenció de que tenían que volver a la tierra de la que salieron; tenían que ser libres para practicar su religión, adorar al único Dios creador, que les había escogido desde que fue constituido como pueblo por el patriarca Abraham. Los israelitas conservarían así en la tierra la memoria de este único y verdadero Dios. Ellos serían para siempre el pueblo escogido, elegido. A cambio debían cumplir la Ley, sintetizada popularmente en los 10 mandamientos de la Ley de Dios. Este era el Pacto de la Antigua Alianza entre Israel y Dios. Por sus muchos pecados e infidelidades a este Dios, serían castigados por Él en forma de guerras y calamidades que les causaron otros pueblos. Pero su Dios omnipotente siempre volvería a ofrecerles la salvación si cumplían con la Ley.

Jesús de Nazaret: En este mismo pueblo, durante el siglo VII del Imperio Romano, surgió un hombre, Jesús de Nazaret, que vio las cosas de manera bastante distinta. Le convencían muchas cosas de la Ley de Moisés y de las tradiciones y costumbres de su pueblo. Pero pensaba de manera muy distinta respecto de otras:

No le convencía nada de nada ver a Dios como terrible justiciero de los pueblos, empezando por el suyo. Para Jesús de Nazaret, su Padre Dios y nuestro Padre, nos quiere a todos, sin excepciones… O, de hacer alguna excepción, querría más a quienes más sufren en esa sociedad humana… llamada a ser feliz «desde ya». Nada de esperar a morirse. Esa sociedad de «hermanos» ha de ir construyéndose desde dentro de cada uno y en el entorno de cada quien… Quizá la expresión más densa de su idea es la de que tenemos que amar a Dios sobre todas las cosas, al prójimo como a nosotros mismos… y perdonar, perdonar todo y a todos, como Dios nos perdona siempre, por completo. Sintetizaba estas ideas en su expresión «Reino de Dios».

Tampoco le convencía nada la seguridad de los israelitas en que sólo perteneciendo a este pueblo, por sangre o por adhesión a su religión, existía “salvación” definitiva, eterna, para los SH.

Tampoco le convencía el hecho de que a ese verdadero y único Dios sólo se le pudiese adorar en un templo, precisamente en su capital, Jerusalén.

Los israelitas de su tiempo sabían y esperaban con seguridad que su Dios “los salvaría”, que volverían a ser libres, no sometidos al terrible Imperio Romano que, sobre adorar a multitud de dioses falsos inventados por ellos mismos, eran terribles con cualquier pueblo conquistado que no quisiera someterse al Imperio. El “Salvador” o “Mesías” israelita debería ser un gran general, o algo similar, que pondría a los romanos en su sitio; que incluso llegaría tiempo en que todos los pueblos de la tierra se someterían a su Ley, que era la del Dios verdadero… Por el contrario, Jesús pensaba que Dios, al que gustaba de llamar “Abba” (el equivalente de nuestro “papá”) y del que se sentía hijo, no esclavo, era Dios y Padre de todos. De existir alguna predilección de este Dios y Padre de todos, sería por los más pobres, o despreciados, o arrinconados, etc. por la sociedad de cualquier pueblo, no sólo de la sociedad judía. Que al Dios verdadero se le podía adorar en cualquier parte. Que las cosas del César, Emperador, eran del César; y las de Dios, de Dios. Que no estaba hecho el hombre para la Ley, sino la Ley para el hombre. Etc.

 Además de tener estas ideas, Jesús las decía y las predicaba. Los últimos años de su vida se dedicó sólo a eso. Para colmo, había producido “señales” inquietantes de que tenía razón. En torno a él habían sucedido curaciones raras, de enfermos incurables; se hablaba incluso de resurrección de muertos… Y el colmo: ¡La gente le seguía!

Era una situación terrible para las autoridades judías que, aunque sometidas al Imperio, éste les permitía seguir sus costumbres con tal de que no intentasen independizarse. La más mínima señal de rebelión, y el Imperio no andaría con chiquitas. Unos 30 años antes, cuando Jesús era muy niño, el general Varo arrasó la ciudad de Séforis, a tan sólo 6 km de Nazaret, por ponerse a jugar a guerrillas contra el Imperio. Se hacía evidente que “era mucho mejor que un solo hombre muriese por todo el pueblo” antes que semejante castigo. Eso es lo que dijo el Sumo Sacerdote de Israel en el juicio contra Jesús.

Éste es el cañamazo histórico, realista, sobre el que se teje la espantosa pasión y muerte de Jesús de Nazaret. Muerto el pastor, se dispersarían las ovejas… Y así fue de hecho. Junto a su cruz, sólo su madre, otras mujeres, un discípulo y quizá algún amigo secreto más. Los discípulos que más le habían seguido durante aquellos dos o tres últimos años huyeron a Galilea, su tierra; volvieron a su trabajo, incluso quizá a esconderse… Todos sabían cómo se las gastaba el Imperio. Olvidar la aventura cuanto antes y a seguir en paz.

Cristianismo. Pero sucedió algo realmente muy extraño a todos los que le habían seguido de cerca. Unos decían que habían hablado y visto a Jesús vivo y en persona, como era antes de ser ajusticiado. Otros, que los había acompañado; etc. En definitiva, que estaba vivo. Entonces se sienten fuertes, iluminados, poseedores de una verdad no conocida antes; empiezan a comprender lo que habían vivido junto a Jesús. Caen en la cuenta de que aquella manera de vivir y de ser Hombre sólo Dios podía realizarla. Enseguida empiezan a proclamar que Jesús de Nazaret, a quien autoridades judías y romanas habían crucificado, era el verdadero Mesías esperado, era Hijo de Dios y Dios como el mismo Padre, creador de todo lo existente; que este Dios se había hecho hombre en Jesús; que se había hecho Emmanuel, «Dios con nosotros»; que » había puesto su tienda entre nosotros” en alusión a los años de peregrinación de los judíos por el desierto tras la salida de Egipto. Que Dios lo había glorificado, exaltado. Que no había quedado en el lugar de los muertos (en el «sheol») sino que Dios lo había devuelto a la vida; a una vida definitiva, sin sombra de muerte… Que él, Jesús, era la verdadera garantía y esperanza de salvación definitiva, de justicia consumada, de plenitud humana definitiva. Que para alcanzar esta salvación “ya no valía ser judío o extranjero, varón o mujer, amo o esclavo”; bastaba la condición de Ser Humano… porque el Reino de Dios ya no lo piensan como la sociedad de “los justos”, como antes se pensaba del pueblo judío, sino el Reino de todos los SH. Que lo fundamental de ese Reino de Dios no es que los SH amemos a Dios, sino que Dios nos ama, nos quiere a todos de manera incomprensible. El mismo Jesús lo había dicho expresamente muchas veces y en forma de parábolas; pero nunca habían sido capaces de entenderlo del todo. Esta verdad tan “primigenia” del mismo Jesús y de los primeros cristianos, no acaba de ser bien entendida ni siquiera por una buena parte de los cristianos actuales.

Los primeros discípulos de Jesús, dispersados a raíz de su crucifixión, vuelven a reunirse en Jerusalén. Es el primer núcleo de la Iglesia o comunidad de los cristianos. Celebramos la fiesta de Pentecostés para conmemorar el hecho de que el Espíritu de Jesús, el Espíritu Santo de Dios, les llenó de luz y fortaleza para comprender y mostrar el mensaje de Jesús. Se les unen otras muchas personas que habían conocido también a Jesús. Dan a conocer la visión de Jesús. Se organizan en pequeñas comunidades, a cuyo frente están en principio los apóstoles. Nombran diáconos, personas encargadas de la “gestión” (diríamos hoy día), de las comunidades. Se muestran como fervorosos israelitas. Estos primeros cristianos no se pensaron a sí mismos como una religión diferente del judaísmo, sino como la consumación del mismo. Suben al Templo cada día a orar. Pero tienen el pensamiento, la idea y la vivencia de Jesús. Lo malo es que «molestaban» como su Maestro. En seguida empiezan a sufrir la misma persecución que él. Un joven diácono, llamado Esteban, distinguido por su apasionamiento por Jesús, muere apedreado. Un fariseo, Saulo, actúa como «el notario» de tal castigo legal. Será después San Pablo.

Otros muchos, venidos a Jerusalén en peregrinación según la costumbre de los judíos, vuelven a sus tierras y constituyen en ellas comunidades de discípulos de Jesús. Se les unen muchas personas que ya no proceden del mundo hebreo, sino del mundo de cultura grecolatina. Ya no dominan la Biblia como los judíos. Buscan nuevas expresiones a los términos Mesías, Salvador. Con el pensamiento griego, expresarían que Jesús era la Palabra de Dios, “Logos”; algo así como “el Pensamiento de Dios”. Dicen de Jesús que es el “Christo”, el “Ungido” como Salvador o Mesías de los Hombres. (Ahora, en vez de “ungido” diríamos “coronado”, por ejemplo). Empiezan a confesar que Jesús es «Kirios», “Señor Dios” en griego… Pero esto era muy peligroso en el Imperio Romano, pues sólo podía haber un Kirios o Señor, el Emperador, al cual había que dar culto como a verdadero y único dios. Los cristianos respetaban a la autoridad civil, humana, del Emperador y sus representantes; pero se negaban a adorarlo como a Dios.

El Imperio, a lo largo y ancho, se llenó de cristianos. El Emperador Nerón les echó la culpa del incendio de Roma. Murieron muchos como simple espectáculo de circo. Otros Emperadores que siguieron a Nerón también mandaron matar a los cristianos. De hecho, muchos de los primeros discípulos directos de Jesús, como los apóstoles, sufrieron el martirio. Parecía que cuanto más perseguían a los cristianos, más personas se hacían cristianas. Uno de ellos, llamado Justino, maestro filósofo de profesión, diría que “la sangre de los mártires, es semilla de cristianos”. También él fue martirizado. Todavía en el año 304, sólo diez años antes del edicto de Constantino, fue martirizado San Ignacio de Antioquía.

Lo realmente “curioso” para cualquier historiador es que al cabo de poco más de dos siglos y medio, la gente del Imperio era masivamente cristiana. Lo reconoció el emperador Constantino en el año 314. El cristianismo pasó de ser religión perseguida a ser religión oficial del Estado.

¿Por qué “curioso”? Es absolutamente inexplicable la propagación del cristianismo mediante la sola dinámica sociológica. Tras el ajusticiamiento de Jesús, su “movimiento social” hubiera desaparecido, como desaparecieron otros intentos israelitas, perfectamente conocidos históricamente. Gamaliel, un Maestro judío de la Ley, lo expresó con clarividencia total en el Senado Hebreo cuando trataban el tema nuevo de los cristianos: “Dejadlos en paz. Si su obra es de los hombres, desaparecerán en poco tiempo. Pero si su obra es de Dios, nada conseguiréis persiguiéndolos.”

El reconocimiento del cristianismo como religión “oficial” del Imperio trajo ventajas e inconvenientes para los cristianos. Quizá la peor de las consecuencias es que junto al poder siempre hay ambiciones no precisamente religiosas. Con el reconocimiento del cristianismo como religión oficial del Imperio, la confusión religión/poder empezó pronto a manifestarse. Ser cristiano pasó de ser peligroso a ser principio de posibilidades sociales.

Para colmo de males, el Imperio estaba desmoronándose. Los «extranjeros», «bárbaros», entraban en el territorio del Imperio con facilidad y se establecían en él. La fuerza civil era escasa. Sin embargo, la fuerza del pueblo cristiano, logró “culturizar” a los invasores, que poco a poco también fueron haciéndose cristianos. En la Edad Media, el mundo conocido y “civilizado” era cristiano. Podía hablarse con propiedad de la Cristiandad.

La Iglesia de esta época sentó las bases de lo que hoy conocemos como “cultura occidental”. Por ejemplo, las primeras Universidades fueron creación eclesiástica, no civil. Los monasterios siempre fueron focos de cultura y sabiduría. La gran creación del Imperio, las leyes, fueron conservadas y enseñadas por la Iglesia. Pero sobre todo, “civilizaron” a los pueblos bárbaros invasores y a muchos más pueblos que vivían en torno al territorio del Imperio. Muchos monasterios fueron fundados en tierras lejanas por monjes misioneros.

En la cristiandad surgieron además otros problemas. El origen de gran parte de ellos era la identificación real, aunque no siempre jurídica, Estado – Iglesia. Los “poderes” eclesiásticos (Papa, obispos, párrocos) eran o se parecían demasiado, hasta confundirse de hecho y de Derecho, a poderes civiles. Otro problema a modo de ejemplo: El valor científico de la Biblia se hacía lenta pero vigorosamente inaceptable. La puntilla más certera a este problema fue obra de Galileo: “La Tierra no es el centro del Universo como dice la Biblia; gira en torno al sol y no al revés”.

Surgió en el mismo seno de la Iglesia un movimiento cultural, Renacimiento, que terminó haciéndose social. Se produjo con gran fuerza en toda Europa durante los siglos XIV y XV. La gente quería retomar el arte y el pensamiento grecorromano. Fue tomando forma una idea que tardará siglos en ser asumida con claridad: Que los SH, aunque creamos que hemos sido creados por Dios, tenemos autonomía; podemos darnos normas a nosotros mismos. “Auto – nomos”, autónomo, el que se gobierna o se da normas por sí mismo. Es la base del Modernismo y Postmodernismo con infinidad de ramificaciones, pasadas y actuales.

A este movimiento de ideas se añade la realidad del poder político de la Jerarquía eclesiástica. En la Cristiandad, la influencia del Papado en el gobierno de las naciones es evidente. Pero si el poder del Papado es no sólo espiritual, sino también político, entrará en el juego de los intereses políticos y de dominio de los pueblos como un interés más. Las “guerras de religión” siempre son, además, guerras de intereses políticos. También ocurre en la actualidad. (Irak: los sunníes tienen el poder; los chiítas tienen la mayoría; aunque ambos grupos son “ramas islámicas”. Los kurdos son independentistas. La nación tiene mucho petróleo… ¡Vaya cóctel para una guerra internacional y civil! Decir que las religiones tienen la culpa de todas las guerras es una lamentable simpleza histórica y de análisis sociológico).

El Islam. En el siglo VII d. C. aparece una religión nueva que contribuirá decisivamente a dar nueva forma a la geografía sociocultural de los territorios del antiguo Imperio Romano. El inspirador o profeta es Mahoma. Su religión es el Islam. Su libro sagrado es el Corán. Toma y reinterpreta muchas ideas de la Biblia, tanto de los judíos como de los cristianos, y adapta y adopta costumbres de las tribus del desierto. No recoge la cuestión primordial de Jesús, el perdón individual y colectivo. Esta omisión está en el origen de muchas guerras actuales en Oriente. Para muchos árabes, la venganza es o tiene carácter de mandamiento.

El Corán tiene carácter de legislación civil y religiosa. Y hasta se le da valor científico, como hacíamos los cristianos con la Biblia. Entre los mandatos del Islam está la conquista del mundo entero para que todos los pueblos adoren al verdadero Dios. Se expandieron, o por lo menos lo intentaron, por todo el antiguo Imperio Romano. Por el Oeste, entran y conquistan gran parte de la Península Ibérica. Por el Este, conquistan Jerusalén y se establecen en ella dándole la categoría de su ciudad santa, desplazando así a judíos (ciudad de David) y a cristianos (ciudad que conserva el sepulcro de Jesús). Invaden también Asia Menor, la actual Turquía; el Estambul actual es la antigua Bizancio del Imperio. Los judíos, una vez más, tuvieron que salir de su tierra. El mundo cristiano no tolera la invasión y la cultura islámica. En consecuencia, se organizan las Cruzadas para reconquistar Jerusalén y en la Hispania visigoda, ya romanizada, comienza enseguida la Reconquista de la Península. El mundo actual está terriblemente condicionado por la historia de estas guerras entre moros y cristianos y por la concepción cultural distinta entre el Islam y el mundo judeocristiano.

Religiones asiáticas: Fuera del Imperio Romano, y desde mucho antes de que existiera, los grandes pueblos que habitaban la región de Mesopotamia (actualmente bien conocidos por las guerras que se desarrollan en ellos, Afganistán, Paquistán, Irán, etc.) de la India y de China y Japón tuvieron siempre una concepción religiosa del mundo. Sin embargo, sus grandes profetas se preocuparon más de la conquista de la propia interioridad del Ser Humano, del total autodominio, que de tratar de explicar la existencia de un Dios supremo y creador de todo lo existente. Ellos la daban por supuesta y buscaban más en el interior de si mismos el origen y el dominio de las fuerzas humanas, capaces de provocar guerras y matanzas espantosas entre pueblos próximos o conquistados por un lado, y de practicar la misericordia y el amor al prójimo, la convivencia, la ayuda… por el otro. Buda y Confucio son los profetas mas conocidos en nuestra cultura occidental.

Mundo actual: La actualidad está muy condicionada desde luego por la Historia (descubrimiento de América, revoluciones francesa y comunista, las dos grandes guerras mundiales, el mundo asiático…), y por el avance científico y tecnológico. A cada paso científico le sigue un interrogante, casi siempre sin respuesta totalmente segura. Hoy día nadie se cree la aparición de los SH sobre la tierra tal como la cuenta la Biblia. Se hacen descubrimientos científicos admirables y se desarrolla una técnica impensable hace menos de cien años. Pero como dijo el Papa Pío XII en los años cincuenta del siglo pasado, «detrás de cada descubrimiento se abre una nueva puerta a lo desconocido». Muchos “sabios” son creyentes. Otros muchos se encogen de hombros.

Por otra parte, en el mundo desarrollado se vive tan a gusto que es perfectamente explicable la falta de prisa por ir a la eternidad… Lo curioso es que, aunque el fenómeno de la muerte lo tenemos servido en la mesa por las noticias y la convivencia todos los días sin excepción, preferimos mirar hacia otro lado y “aplazar” el tema. Erich Fromm, filósofo y psicólogo judío, decía que el actual cuidado casi obsesivo del cuerpo – en el mundo desarrollado, naturalmente – es síntoma de miedo a la muerte. Quizá sea más bien miedo a plantearse seriamente la vida… Él mismo planteó esta cuestión en su libro «El miedo a la libertad». Observemos la actitud de muchos adolescentes y jóvenes: faltar, faltar, en la vida no les falta ni faltará casi de nada; pero hay demasiados jóvenes en una especie de nihilismo no confesado o no consciente, que «van dejando pasar la vida» o, por el contrario, con una especie de permanente excitación vital agotadora, peligrosa, feliz sólo a ratitos, siempre insatisfecha, que termina siendo en gran parte sexo, violencia, (practicados o soñados), riesgo, vacío… nihilismo. Sentido de la responsabilidad personal y social, tendiendo a cero. Mientras, «pensionistas» de oro en casa de papá y mamá hasta pasados los 30…

Aludimos varias veces a la Psicología Transpersonal, Psicología Humanista, New Age (Nueva Era, Era de Acuario, etc.), yoga, taichí, etc. Como ramas del Pensamiento, etc. son plenamente válidas. Desarrollan técnicas de conocimiento personal muy notorias. Aunque algunos movimientos o grupos se constituyan como un grupo que profesa una religión (ejemplo, la Cienciología) no suelen ser tal debido al no reconocimiento de la trascendencia personal o existencia fuera del tiempo y del espacio como la persona que fuimos durante la vida biológica. Hablan de Dios, pero «su» Dios es la energía universal, el universo mismo, etc. Nunca un Dios «personal», palabra con la que intentamos definir la idea judeocristiana de Dios, Ser existente en sí mismo, increado, creador de cuanto existe… y, sobre todo conforme a la enseñanza de Jesús, Ser Supremo que nos quiere a todos los seres humanos, «personas», por encima incluso de nuestras maldades. De Jesús decimos que es el rostro visible de Dios invisible. Todos estos movimientos o «visiones» del mundo y del Hombre tienen aspectos valiosos. Muchas veces se presentan con características de «verdaderas religiones». Pero carecen de lo fundamental: el reconocimiento de «un Dios personal». Por eso hablan de la «energía universal», «unificación o fusión con el Universo», «la reencarnación permanente hasta…», la «Nueva era de Acuario» (New Age), etc. Citan a Buda, Confucio, a los Vedas, etc. También a Jesús, a San Francisco de Asís, a Teilhard de Jardín (un jesuíta antropólogo autor de libros interesantísimos sobre la evolución), etc. Conozco a muy buenas personas que han perdido la fe religiosa pero creen en todas o algunas de estas corrientes de pensamiento y acción.