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Jesús de Nazaret

Jesús de Nazaret

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Desde: 24/09/2015

III.4.2.26. Página con materiales sobre la violencia, ofensas, etc.

VocTEO
El perdón, por parte del que ha sufrido un daño o una injusticia, es propiamente el acto de olvidar quién ha sido su autor, Toda la Biblia pone de relieve particularmente la generosidad del perdón de Dios, su actitud de paciencia, de indulgencia, de misericordia: Dios olvida y deja tras de sí el recuerdo del pecado, perdona la deuda no imputa la culpa, Pero el perdón e s posible sólo con la condición de que el hombre pecador vuelva a encontrar la contrición del corazón, consciente de haber ofendido a Dios: se trata del «corazón contrito y humillado» que es al principio de una novedad de vida, premisa necesaria para que Dios otorgue su perdón.

En el Nuevo Testamento se nos presenta a Jesús como «el cordero que quita el pecado del mundo», consiguiendo con el sacrificio de su vida el perdón de todos los pecados de la humanidad, Reivindica para sí el poder de perdonar los pecados y perdona a sus mismos enemigos. Dice que hay que perdonar « setenta veces siete » y en la oración que enseñó a los discípulos les enseña a decir: «perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6,12) El perdón no es solamente un elemento fundamental de la historia de la salvación, sino también «un elemento» indispensable para plasmar las mutuas relaciones entre los hombres, en el espíritu del respeto más profundo a lo que es humano y a la fraternidad mutua, Es imposible obtener este vínculo entre los hombres si se quieren regular las relaciones mutuas únicamente con la medida de la justicia. Ésta, en cada una de las esferas de las relaciones interhumanas, tiene que sufrir por así decirlo una notable «corrección» por parte de aquel amor que -como proclama san Pablo- es paciente y benigno, o, en otras palabras, lleva en sí los caracteres del amor misericordioso, que tan esencial es para el Evangelio y para el cristianismo. El perdón atestigua que en el mundo está presente el amor más poderoso que el pecado. El perdón es además la condición fundamental de la reconciliación, no solamente en la relación de Dios con los hombres, sino también en las relaciones mutuas entre los hombres. Un mundo del que se eliminase el perdón sería solamente un mundo de justicia fría y falta de respeto, en nombre de la cual cada uno reivindicaría sus propios derechos respecto al otro…» (Juan Pablo II, Dives in misericordia, 14).

El perdón no puede ciertamente entenderse como complicidad con el mal, como acto de condescendencia, de tolerancia o de resignación. El perdón es rechazo de la venganza; es el acto gratuito que restituye la libertad a aquel que se acusa, en cuanto que le abre un porvenir nuevo, dándole la posibilidad de cambiar. El perdón es conceder crédito a la libertad del otro, rechazando tanto la actitud de connivencia con el mal como la de venganza. El perdón es don, gracia, pero a un precio caro. Más aún, el perdón es más costoso que el don, va que el obstáculo que hay que superar requiere un esfuerzo dé más amor. Es por consiguiente un acto exigente, que tiende por su propia naturaleza a la conversión y al cambio del otro. Con el perdón se pone de manifiesto la caridad de Dios y su justicia misericordiosa. Para el hombre consiste, en último análisis, en ver el mal antes dentro de sí mismo, y luego en los demás supone la conciencia del propio pecado y de la propia precariedad, vivida no en términos de desesperación, sinó de apertura hacia la posibilidad del cambio,

R. Gerardi

 

 

¿Qué es la codependencia?
Dra. Doris Amaya
psicóloga y experta en adicciones y codependencia

Todo tipo de pseudo-amor es destructivo; uno de ellos es la codependencia.
CODEPENDENCIA/QUE-ES: Cuando una persona vive su vida a través de los demás y
a costa de sus legítimas necesidades, va más allá de lo que exige el verdadero amor. Se
quema hasta el punto de no quedar ya nada de ella.
Parece un noble empeño ayudar a otras personas que se están autodestruyendo, como
en el caso de las esposas o novias de los alcohólicos o adictos a la droga, al juego o al
sexo. Sin embargo, olvidamos ayudar a los codependientes.
Todo amor que no produce paz, sino angustia o culpa, está contaminado de
codependencia. Ese tipo de amor patológico, de obsesión, es sumamente destructivo. Al no
producir paz interior ni crecimiento espiritual, no lleva a la felicidad.
La codependencia crea amargura, angustia, enojo y culpabilidad irracional. El fruto del
amor debe ser la paz y la alegría. Si no es así, algo anda mal. Somos imagen y templo de
Dios. No debemos albergar en nuestro corazón ni angustia ni ninguna otra emoción
dañina.
La codependencia nace de un hambre malsana de amor, quizás provocada por un
ambiente familiar en que uno no se sentía amado. Se puede tener un hambre tan
desordenada de amor, que nos impida dejar una relación humana negativa.
El dolor en la codependencia es mayor que el amor que se recibe. Hay que tratar de
mantener una relación sólo hasta donde debamos y podamos. Debemos procurar
mantenernos en la línea del quinto mandamiento de la Ley de Dios. Si una relación humana
resulta perjudicial para la salud física, moral o espiritual, hay que cortar. La misma Iglesia
Católica permite la separación de los casados cuando la vida en común se hace
intolerable.
Una de las características de la persona codependiente es que no confía en la otra
persona a la que trata de influir. Esto lo demuestra persiguiéndola, tratando de controlarla,
diciéndole lo que tiene que hacer, etc.
La sobreprotección, signo de codependencia, a veces nace de la situación de una madre
que ha perdido a su esposo. Hay madres que usan a sus hijos para llenar un vacío.
El codependiente no sabe quién es, lo que siente, cuáles son sus necesidades; vive
como un ser vacío.
El verdadero amor promueve el crecimiento mutuo. El fin de todo ser humano no es
complacer siempre a otro o ser lo que el otro espera de uno, sino ser el reflejo de Dios para
los demás: lo que Dios le creó para ser.
La codependencia aparenta ser amor, pero es egoísmo, mutua destrucción, miedo,
control, relación condicionada: «Te amo si cambias»; «Si no haces lo que digo, te recrimino,
te persigo, me siento tu víctima.» En la codependencia hay una gran cantidad de
manipulación. Es una relación descontrolada: hagamos todo lo que sea para que esa
persona se acomode a mí.
En momentos de frustración, la codependencia es abusiva o de tremenda tolerancia del
abuso. La persona codependiente permite tanto que no reconoce el abuso cuando lo sufre.
Ha llegado a tener una autoestima tan baja, que ya no se da cuenta de que están abusando
de ella.
El codependiente necesita dar continuamente para no sufrir culpabilidad, ansiedad,
enojo, miedo, etc. Necesita dar, sentirse necesario para tener autoestima. Está dominado
por sentimientos enfermizos y no por la razón.
El amor humano debe ajustarse a la razón. Los codependientes se dejan llevar solamente
por sus sentimientos. Su autoestima depende del comportamiento o reacción de los
demás.
El codependiente debe recibir ayuda profesional y espiritual. Debe amarse
ordenadamente a sí mismo, atendiendo a sus necesidades básicas.
Dra. Doris Amaya, psicóloga en la práctica privada en Miami y experta en adicciones y
codependencia.
·Amaya-Doris
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La adicción a la ira

IRA/ADICION: Ud. habrá oído hablar de la adición al alcohol, al juego, a la comida, a las
drogas, a comprar cosas. Pues también hay personas que tienen adición a la ira. La ira es
un estado emocional normal. Cuando a uno le pisan el pie, brinca. En ese caso la ira es un
sentimiento normal, con ciertos límites.
Cristo se airó en el Templo, sintió ira, porque habían convertido la casa de Dios en cueva
de ladrones. Cuando vinieron los niños a El y los apóstoles no les dejaron que se
acercaran, el Señor se enojó. Esa es la ira normal, es una reacción normal.
Hay otro grado al cual puede llegar la ira que es lo que llamamos «la rabia», la furia. Ese
es un grado muy grande de ira, la ira normal no lleva a la agresión . Puede ser una agresión
de palabra, que tampoco está bien, pero la rabia es una forma muy fuerte de sentir ira. Es la
más terrible y lleva a la violencia, a la agresión.
No hay que confundir ira o rabia con resentimiento. En el resentimiento hay su parte de
ira también, que la persona va almacenando, en lugar de soltarla. Esta piensa en lo que le
hicieron y lo va guardando. Por eso se llama resentimiento, pues significa volver a sentir. La
ira va destruyendo a la persona que la siente, no al que causó el resentimiento. Esa
persona ni se entera. La ira siempre lo destruye a uno y el odio es el proceso final del
resentimiento. Es una ira congelada.
Hay personas adictas a la ira. ¿Cuándo se puede decir que una persona es adicta a la
ira? Cuando no tiene control sobre la ira y ésta es algo crónico, compulsivo. Entonces esa
persona es adicta a la ira.

Ejemplo de ira adictiva
He oído estas frases: «A mí me importan más mis sentimientos que tú» y «Yo sé que
estuve abusando de ti, pero no puedo parar, no me puedo controlar.» Una persona que no
puede controlar su ira es adicta a la ira. Igual que el que está tomando, no puede
controlarse. «Yo necesito mi ira más que a ti» dice la persona, lo cual significa que prefiere
su ira a la esposa. Eso es una adicción. Como ya he dicho, la adicción a la ira tiene mucha
relación con la adicción al alcohol y a las drogas.
Ningún adicto a la ira quiere admitir esa adicción. Es más fácil admitir que uno es adicto a
una sustancia. Es un caso como el del abusador, no quiere admitir que está maltratando.
¿En qué se parecen la adicción a la ira y la adicción al alcohol? Puede haber, en ambos
casos, una predisposición genética. De padres violentos, hijos violentos. Lo dice la Biblia, la
violencia engendra violencia. Lo han dicho los Papas de la Iglesia Católica.
En los dos casos, la ira y el alcohol se utilizan como un mecanismo para resolver los
problemas. Pero resulta que ni el alcohol ni otras drogas, ni la violencia, resuelven los
problemas que hay en la familia o en la persona. Ese mecanismo llega a ser
autodestructivo.
En el alcohólico hay un problema emocional, hay una baja autoestima. En el adicto
abusador también hay una baja autoestima. ¿Cómo quiere el alcohólico solucionar el
problema? Tomando. ¿Cómo quiere solucionar el abusador esa baja autoestima?
Golpeando. Esas son las explosiones de ira. Momentáneamente descarga su ira, pero
cuando se da cuenta vienen más problemas, más vergüenza, más culpabilidad, en el
alcohólico y en el que golpea. Para quitar esa vergüenza, esa frustración, otra vez vuelve a
tomar o a golpear. Por eso los abusadores y los borrachos o drogadictos utilizan esto como
un mecanismo que los va a destruir a ellos y a otras personas.
Las dos adicciones tienen muchos componentes iguales. El alcohólico o drogadicto utiliza
la negación igual que el que golpea o abusa. En el alcohólico hay lo que se llama la
tolerancia y el que abusa, cada vez va abusando más y más. En las dos adicciones
disminuye la autoestima de la persona. Si ya la tenía baja, disminuye todavía más. Ambas
adicciones engendran vergüenza de sí mismo y en ambas la adicción puede ser provocada
por la falta de autoestima. En las dos, también, el «yo» de la persona, queda totalmente
destruido y en ambas adicciones, sobre todo lo que más se destruye son los sentimientos,
la afectividad. Es la enfermedad de los sentimientos, en ambos casos.
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La violencia es contagiosa

Aunque en estas páginas prestamos primordial atención a las mujeres, no ignoramos la
complejidad del problema. Reconocemos que también hay mujeres violentas y abusivas que
le hacen la vida imposible a sus compañeros.
Aunque nunca se justifique que el hombre le levante la mano a su pareja, es un hecho
que hay mujeres que exasperan a sus hombres. Mencionemos cuatro de las ofensas que
más hieren a los hombres: Primero, el adulterio o infidelidad de la mujer. Segundo, el
despilfarro; hay mujeres gastadoras que arruinan a sus maridos. Tercero, el incumplimiento
de los deberes domésticos. Cuarto, la inconformidad; hay mujeres que se quejan de todo.
Hecha la precedente aclaración, continuemos nuestra exposición subrayando que
cuando presentamos a la mujer como víctima debe tenerse presente la posibilidad de que el
hombre también lo sea.
La violencia doméstica tiene un incuestionable efecto negativo en la salud física y mental
de la mujer, como lo demuestra la experiencia. La víctima de la violencia doméstica puede
sufrir síntomas de depresión, ansiedad, dolores corporales, compulsividad, obsesiones y
paranoia, según reporta un artículo titulado «Más propensa la mujer a los problemas
mentales», publicado en la revista puertorriqueña «El Nuevo Día», marzo 8 de l994.
En algunos casos, las víctimas de la violencia a su vez agreden a sus agresores. Las
mujeres aparecen como las transgresoras en el l7% de todos los homicidios. El miedo, la ira
y la sensación de sentirse atrapadas pueden llevar a una mujer a contraatacar a su agresor
simplemente para sobrevivir. Sabemos por estadísticas que el 40% de las mujeres
homicidas lo hicieron en defensa propia. Investigaciones realizadas en los últimos años
indican que las mujeres que abandonan a sus victimarios corren un riesgo 75% mayor de
ser asesinadas que aquellas que se quedan con sus agresores. El temor de ser asesinadas
ha llevado a muchas mujeres a matar a sus compañeros abusadores. (Datos tomados del
folleto «Cuando yo pido ayuda», publicado por la Arquidiócesis de Miami.)
Sin embargo, la mujer y el hombre no son las únicas víctimas de la violencia. Con
frecuencia, la violencia doméstica también alcanza a los hijos.
Veamos un triste caso: Una mujer de 34 años de edad mató a sus dos hijas de 7 y 5
años, y después se suicidó. («Diario Las Américas», agosto 7, l997). Antes de la tragedia
escribió una carta que decía: «No lo hice por maldad, sino porque no quería que mis hijas
sufriese igual que yo o anduviesen rodando sin padre ni madre.» La carta agregaba: «Mi
marido siempre me amenazaba con matarme y yo temía que de veras me matase y que mis
hijas se quedasen solas; por eso lo hago yo misma.»
Sólo Dios sabe cuántos maltratos y sufrimientos soportó esa pobre mujer antes de llegar
a la desesperación que la llevó a tales extremos. Quizás los continuos atropellos de su
esposo llegaron a hacerla creer que no valía nada como persona. En lugar de defenderse,
cayó en la violencia al igual que él, pero dirigiéndola contra sus hijas y contra sí misma.
Se ha comprobado que la violencia doméstica es contagiosa. Según el psiquiatra español
Luis Rojas Marcos, presidente del Servicio de Salud de la Ciudad de Nueva York y
colaborador de numerosas publicaciones especializadas, la violencia genera violencia.
Según el Dr. Rojas Marcos, en EE.UU.. (donde él trabaja), el 53% de los delincuentes
adultos son personas que fueron maltratadas durante su infancia. Afirma el Dr. que ese
dato se puede extrapolar a todo el mundo occidental.
Explicó el Dr. Rojas Marcos durante una conferencia en la ciudad de San Sebastián en
España, que durante los primeros años de vida «es cuando los seres humanos desarrollan
la facultad para la compasión, el aprecio a la vida o la capacidad de sentir dolor por otras
personas». Por tanto, si son sometidos a actos de violencia no asimilarán tales capacidades
y una vez adultos serán «los más dispuestos a usar la fuerza bruta para resolver conflictos.»
«El niño que ha sido maltratado, cuando crece se vuelve verdugo, por lo que se mantiene el
círculo vicioso de la violencia», aseguró. También señaló que los maltratos a los niños y en
concreto el abuso sexual, dan lugar a una serie de dolencias psicológicas importantes al
llegar a la edad adulta, tales como la depresión crónica, las personalidades múltiples o
fuertes tendencias al alcoholismo o la drogadicción.

 

CODEPENDENCIA. TESTIMONIOS

Testimonio de Charlotte Fedders
Charlotte Fedders aparentemente lo tenía todo: casada con un próspero y buen mozo
abogado, madre de cinco hijos saludables, casa con cinco dormitorios, socia de un
exclusivo club, etc. Pero detrás de esa fachada se escondía algo horrible: el abuso físico y
emocional al que su esposo la sometía a ella y a sus hijos. Durante 17 años aguantó en
silencio.
Finalmente, Charlotte se armó de fuerzas para abandonar a su abusivo marido, y ahora
es una campeona en la defensa de mujeres maltratadas. Ha publicado un libro titulado
«Shattered Dreams» y ha testificado ante el Congreso. Tiene como metas elevar la
conciencia sobre el problema y obtener reformas legislativas en el área de la violencia
doméstica. Dice: «Quiero ayudar a que comprendan que ninguna persona tiene derecho de
aterrorizar a otra».
«Al principio era joven…él era buen tipo. Me consideraba bonita, inteligente y digna de ser
amada. El día de la boda caminamos felices por la nave central de la Iglesia: contamos con
la bendición de Dios para nuestra unión».
«Luego vinieron las palabras amenazadoras… Me hacía sentir, fea, bruta, indigna del
amor de Dios y de los humanos. Comencé a llorar todas las noches».
«Más tarde llegaron los golpes…Él me decía que me los merecía…Pensé que quizás él
tendría razón…Yo recordaba que había prometido ser su esposa para siempre.
«Finalmente abrí los ojos y me llegó la liberación. El problema no era mío, sino de él. Una
mañana de primavera me decidí a comenzar mi vida de nuevo, sola. Lo dejé y hablé. Me
dije que nunca más viviría ese tipo de violencia y así ha sido».

Testimonio de una codependiente.
«Hasta el día en que me dí cuenta de todo lo que le había permitido a mi esposo durante
años, sentía una falsa seguridad en mí misma. Pensaba que había hecho todo lo mejor
posible dando una y otra vez, ignorando y pasando totalmente por alto mis propias
necesidades; muriendo a mí misma para vivir en paz. No me explicaba por qué jamás había
podido alcanzar esa paz, especialmente en lo que a mi matrimonio se refiere.
«Mientras más daba, perdonaba y soportaba, más infeliz era. Creía que sacrificándome,
sufriendo un calvario, llegarían a cambiar las cosas y mi matrimonio llegaría a ser feliz. No
me daba cuenta de que me estaba destruyendo a mí misma y a mi esposo, por lo que le
permitía.
«Estaba cooperando con el mal, recompensándolo a él por cometerlo. Una y otra vez
durante mi matrimonio por largos años, toleré injusticias, no sólo contra mi persona, sino lo
que es aún peor, contra nuestros hijos. Llegué a considerarme una víctima y a sentir lástima
de mí misma. Creía erróneamente que todo esto me ennoblecería, me haría mejor cristiana.
¡Qué equivocada estaba!
«En el fondo todo era orgullo. Pensaba que tenía la potestad de hacer cambiar a mi
esposo, simplemente dedicando todas mis energías y mis constantes esfuerzos a hacerlo.
Cifré mi felicidad en él por completo, olvidándome totalmente de mí misma.
«No sé cómo se estableció el patrón de la codependencia, pero ruego a Dios que me
ayude a superarlo.
«Dios tiene que liberarnos de nuestro orgullo, de nuestras ideas equivocadas, de nuestra
falsa seguridad, para poder construir un nuevo yo. Quizás esto quiso decirnos Jesús con la
imagen de no echar vino nuevo en odres viejos.
«Ruego a Dios que me ayude a aprender lo que es la verdadera humildad, el verdadero
amor. Debo hacerle comprender a mi esposo que continuaremos haciéndonos daño si
permanecemos juntos de este modo. Debo concentrarme en trabajar en mí misma, el único
ser al que puedo cambiar. Debo aplicarme la segunda parte del mandamiento, `Amarás a tu
prójimo como a ti mismo.’
«Dios mío, siento que muere hoy la persona que era, y comienza a nacer una muy
distinta. ¡Moldéame como Tú quieres que sea! Si me tomas de la mano no tendré miedo. Le
pido a nuestra Santísima Madre la Virgen María, que interceda por mí y me dé su maternal
protección.
«Yo quiero ser, Señor amado, como el barro en manos del alfarero. Toma mi vida, hazla
de nuevo, yo quiero ser un vaso nuevo.»

Testimonio de «Liza» (no es su verdadero nombre)
Sí, estaba embarazada con mi tercera hija y necesitaba ayuda. Tenía 32 años y estaba
separada de mi esposo. Pero, ¿cómo iba a explicarles a mis otros hijos que la bebé que
llevaba en mi seno no era de su padre? ¿Cómo iba a explicarles a mis colegas que una
doctora tan exitosa como yo y que sabía todas las respuestas a los problemas se
encontraba en esa situación? ¿Cómo entenderían ellos que una psiquiatra como yo estaba
en crisis?
La idea del aborto pasó por mi mente. Pero siendo médico conocía sus consecuencias.
La consejera del Centro Kababaihan Ng de Manila me sugirió que diera a la criatura en
adopción. Pensé entonces que esta opción era suficiente para resolver mi problema, pero la
consejera, con cuidado y paciencia, me guió para que profundizara en mi vida pasada. Su
última pregunta me sacudió. Me preguntó si había sido víctima del abuso sexual cuando era
niña. Mi cuerpo comenzó a temblar. Por primera vez en mi vida me di cuenta de que tenía
que enfrentarme a mi pasado, en el cual había sido maltratada sexualmente siendo
pequeña.
Estaba en la escuela primaria cuando mis dos tíos empezaron a maltratarme de esa
forma. Al principio estaba confundida y llena de temor. No tenía palabras para describir mis
sentimientos. Mantuve el secreto. Ocurrió una y otra vez. No podía hacer nada. De manera
que no opuse resistencia. Empecé a aceptar lo que ocurría a medida que ellos se
alternaban para «usarme» como si fuera una objeto. Comencé a aislarme. Me sentí sucia
como la basura, pero no me importaba. Caí en la promiscuidad y mis hijos fueron
engendrados por diferentes hombres.
Me casé por conveniencia, para que «alguien» fuese el padre de mis hijos. A los dos años
nos separamos. Había sido golpeada por él. Me sentía sola.
Fue entonces cuando empecé a ver de nuevo a mi antiguo novio, el padre de mi primer
hijo. Quede embarazada y decidí llamar al Centro Kababaihan Ng de Manila, cuyo número
vi en un cartel de un cobertizo.
Durante las sesiones de consejería, me dí cuenta de que estaba atrapada en un círculo
vicioso de maltrato y que necesitaba librarme de él. Estaba sufriendo del Desorden del
Síndrome Post Trauma y, como psiquiatra, no me había dado cuenta de que me estaba
ocurriendo a mí. Había perdido mi autoestima como persona.
Por medio de la oración comprendí cuánto me ama Dios y cuál es el plan que tiene para
mí. Comprendí también que Él solucionaría todos mis problemas si yo «buscaba primero Su
Reino y Su Justicia». Comprendí en ese instante cuán valiosa soy y cuánto había
maltratado a mi cuerpo — templo de Su Espíritu.
Las sesiones me ayudaron a tomar la decisión de transformar mi pasado en algo de lo
cual aprender. Ahora miro hacia delante, hacia una nueva vida completamente entregada a
Dios.
El mes pasado, cuando estaba preparando a mi familia para aceptar mi situación, tuve la
pérdida. Cuando por fin, por primera vez en mi vida, me sentía entusiasmada anhelando el
nacimiento de mi hija con tanta alegría, resultaba que no nacería ninguna bebé. La bebé
que me había salvado y que había transformado mi vida mientras descansaba durante dos
meses en mi seno, había muerto.
Lloré e hice duelo por la pérdida. Pero en mi corazón sabía que Dios quería que
experimentara Su presencia en aquel embarazo. Es verdad que no vi el rostro de mi bebé,
pero sentí que Dios me decía que Él no me había abandonado. «He creado a tu bebé a Mi
imagen para atraerte de nuevo hacia Mí». Gracias a mi hija…, a mi hija no nacida… lo he
comprendido.

 
Oración ante un crucifijo.

En esta hora, Cristo del Calvario,
vengo a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos sanas,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a Ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes traspasado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en mi boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a Tu imagen muerta;
ir aprendiendo que el dolor
es sólo la llave santa de tu santa puerta.
(Anónima)

 

Oración de la serenidad.
San Francisco de Asís

Dios mío, concédeme serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar;
Valor para cambiar lo que puedo;
Y sabiduría para reconocer la diferencia.