II.2.1.11. Una espada de dolor atravesará tu alma.
Una mamá joven lleva en brazos a su bebé. Su rostro luminoso «grita» felicidad. Se dirige a la estación de trenes: llegan sus padres. Los abuelos no conocen aun al nieto. Será una alegría inmensa para todos. Al papá del bebé se le cae la baba. Camina estrechando a su mujer y a su hijito contra su costado… En el andén, muchas personas esperan.
Sucede algo raro, aunque casi nadie se da cuenta. Un hombre y una mujer, ya ancianos, se acercan al joven matrimonio. El anciano mira con ojos de ternura y de sabiduría a los papás. Posa su mirada mansa y penetrante en los ojos de la madre y le dice: ¡Qué feliz me siento, mujer! ¡Por fin veo al niño que llevo esperando toda mi vida! ¡Estoy seguro! Mira, mujer. Llevo toda mi ya larga vida pensando y buscando solución a la enfermedad del orgullo y el odio que nos corroe a todos. Tu hijito dará con la clave… A la mamá se le enciende la mirada. La perplejidad se escapa de sus ojos muy abiertos… El anciano añade: Pero no te engañes. Nadie lucha contra el mal sin sufrir espantosamente. Tú misma te verás arrollada por la ola del mal. Lo presiento.
El anciano tomó la manita del bebé, y besó al bebé en la frente. La anciana hizo lo mismo. Los dos miraron con sabiduría y ternura a la joven pareja y se alejaron perdiéndose entre la gente. Los jóvenes esposos se quedaron de piedra. ¿Será cierto? ¿Quién llegará a ser su hijito? ¿Les habían tomado el pelo aquellos ancianos? Su mirada, su palabra, sus gestos, su presencia inspiraban paz, sabiduría… Era imposible tomárselo a broma.
De novela ¿verdad? Pues no hemos hecho más que sustituir el Templo de Jerusalén por una estación de tren. El resto es «calcadito» de lo que cuenta San Lucas. Lo dejamos a final de página para poder leer el pasaje «original».
La metáfora de «una espada de dolor atravesando el alma» es recia, dura, trágica… María aceptó su destino porque Dios lo quería; destino trágico, inmensamente difícil para cualquier madre… Pero creyó… Y estuvo al pie de la cruz…
María, creíste, esperaste y quisiste la voluntad de Dios contra toda evidencia y a pesar de los presagios de dolor y sufrimiento. Eres nuestra «hermana» en la fe. Ayúdanos a creer en Jesús, aunque nos cueste como tirarnos al vacío. Esperamos caer en tu regazo. Amén. Así sea.
Narración de San Lucas.
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