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Jesús de Nazaret

Jesús de Nazaret

StatPress

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I.2.1.01. Necesidad de «salvación»

Que el mal existe, nadie lo duda. Que cualquier persona tiene conciencia de hacer o haber hecho el mal, tampoco es cuestionable.

Las personas honradas y buenas no creyentes sienten una especie de necesidad interna de «arreglar las cosas». Las pasadas, pasadas están. Pero en adelante «habrá que hacer bien las cosas».

Para las personas creyentes de cualquier religión, el mal es de tal magnitud que tiene que existir «Alguien» que en un momento definitivo haga justicia definitiva. Esta necesidad de «arreglar las cosas» es lo que, de manera muy genérica, llamamos salvación.

Hay que considerar la salvación en dos planos: el individual y el colectivo. En los dos aparece una especie de evidencia, vieja como la Humanidad: hay que hacer méritos para conseguir la salvación: arrepentimiento, resarcimiento de ofensas, «sacrificios» al Dios o dioses que nos gobiernan, etc.

Para los judíos del tiempo de Jesús era una cuestión evidente: desde su padre Abraham pasando por Moisés habían hecho un pacto con el Altísimo: Ellos serían «su pueblo elegido, preferido» entre todos los pueblos de la tierra, para ser losdepositarios de la fe en este único y soberano Dios. Los Profetas de Israel recordaban al pueblo judío este Pacto con Yahvé y los castigos por no cumplirlo. Un día llegaría un Salvador, un Mesías, un Rey, lleno del Espítu de Dios, que les salvaría definitivamente.

Jesús no se opuso frontalmente a esto. Pero cambió el acento: Nos salvaremos, sí, pero todos, los judíos y los demás. Y no fundamentalmente por «nuestros méritos» sino porque Dios es Padre de todos y nos quiere con locura. Tenemos que «hacer» nuestra vida en el bien, pero esperando la salvación más por el cariño que el Padre Dios nos tiene a todos que por este «bien hacer» las cosas. Jesús llamaba a Dios Abbá, Papá en nuestro idioma. Confianza total. Fe en Él, sí; pero ante todo confianza, amor, sentirse en «su» casa, «su» cariño, etc. ¿Conocéis la «parábola del hijo pródigo»?

Cuando veo a cristianos que tienen o manifiestan un gran miedo a la muerte, siempre pienso en ¡qué poco o qué mal han entendido a Jesús! Es una pena. Tenemos la clave nada secreta para ser felices y no la usamos…

Padre nuestro, que estás en el cielo;
Santificado sea tu Nombre.
Venga a nosotros tu reino.
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación.
Y líbranos del mal.

Amén

Dios te salve, María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo.
Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

Santa María, Madre de Dios,
Ruega por nosotros, pecadores,
Ahora y en la hora de nuestra muerte.

Amén

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.