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Jesús de Nazaret

Jesús de Nazaret

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VI.4.1.02. Jesús ¿ha pasado de moda? Tercero. (ABC, 24-12-10. Javier Gomá, Filósofo.)

Transcribo otro párrafo del artículo de Javier Gomá:

El eterno —y muchas veces incomprensible— silencio de Dios se interrumpe por una vez: quienes siguieron al profeta en vida entrevieron en su persona cómo la invisibilidad divina se materializaba en él. Sufrimos las heridas de la vida, pero ¡realmente Dios enjugará algún día las lágrimas de nuestros ojos! El galileo no sobrevuela olímpicamente las deficiencias estructurales del mundo porque experimenta hasta el extremo el absurdo del existir humano: condenado por los hombres por blasfemo y abandonado de Dios, esta ejemplaridad azotada y coronada de espinas, que contempla desde lo alto de la cruz el fracaso de su misión, suelta un grito desgarrado (1) que la comunidad cristiana primitiva no olvidará jamás. Y así, en la noche de los tiempos, cuando la nube del horror le impide —a Él también— ver al Padre, el ejemplo de su confianza incondicional en él es tan sobrehumano que hace a Dios, en medio de la desolación, aún más visible a los ojos de los hombres.

El párrafo es denso, certero, frofundamente humano y divino… pero quizá se indigeste a muchas personas… Por esta razón traemos aquí un ejemplo de una persona de hoy mismo que sólo ha necesitado «tener una gran devoción al Sagrado Corazón de Jesús» para que en ella se realice «eso que hace a Dios, en medio de la desolación, aún más visible a los ojos de los hombres».

El etarra le metió varios tiros en el cuerpo y corrió a un teléfono público para llamar a su familia: «Ya está muerto», le dijo el asesino a una de las hijas de Jesús Mari Pedrosa. Era el 4 de junio de 2000.

Mari Carmen fue al encuentro con el asesino de su marido. Cuenta que nada más verle se abrazó al etarra y, éste se sintió completamente desarmado. «Me sorprendió lo joven que era; como una de mis hijas. Le conté mi triste historia, él me contó la suya… Le dije que en mi cabeza no entraba cómo se podía asesinar. Me contestó que en aquel entonces él era un objeto…». «Le pareció increíble que no fuera dura con él».

«A mí lo que me mueve es mi fe. Soy muy devota del Sagrado Corazón de Jesús. Pensé: ´Ese chico ha sido muy malo. Si ahora quiere ser bueno, le tengo que ayudar´. Gracias a mi fe, el odio no está en mí. Puedo haber sentido rabia, impotencia, puedo haberme hecho preguntas sin respuesta… Pero odiar, no».

 

(1) «Padre, Padre ¿Por qué me has abandonado»? (Citado en el evangelio en arameo: «Elí, Elí, Lacma Shabactaní»?)