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Jesús de Nazaret

Jesús de Nazaret

StatPress

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Desde: 24/09/2015

VI.3.6.04. Solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora. 15 de agosto.

Es la fiesta mariana más universal.

Hay multitud de santuarios y advocaciones marianas… Pero siempre honramos a la misma persona, María, la Madre de Jesús. Para muchos ateos y agnósticos, los católicos hemos mitificado a María dándole honores y devoción típicas de las deidades femeninas paganas que representaban la fecundidad, la belleza, etc.

Los católicos no adoramos a María, no la damos culto como si fuese una diosa. Sí le tenemos una gran devoción. ¿Por qué? María vivó su vida de mujer aldeana judía, concibió, gestó, cuidó a Jesús niño, «guardando en su corazón» el misterio divino que intuía pero no comprendía. Y cuando Jesús, ya un hombre hecho y derecho, decide no casarse, irse al desierto, predicar por las aldeas… decir cosas peligrosas, hacer señales inequívocas de que Dios está en él y con él… María está a su lado, lo sigue, va comprendiendo cada vez mejor su mensaje. Cuando llega el momento supremo, su Madre está al pie de la cruz, aguantando con inmensa fortaleza el sufrimiento físico y moral de su hijo: tortura, fracaso, humillación, burlas…

Con la dispersión de los discípulos parecía que todo estaba acabado. Ella permaneció entre ellos en los peores momentos de desconcierto ante el misterio de la Resurrección de Jesús. Ella creyó. María fue fiel hasta el final y siempre en primera línea, tanto en la vida de Jesús como en el nacimiento de la Iglesia.

Ser cristianos hoy día no resulta fácil. Nuestras creencias son historias humanas sólo comprensibles si un Dios, el único Dios verdadero, se implicó en ellas. María estuvo siempre en el límite humano más cercano a ese Dios. Y eso porque «fue elegida» y aceptó libre y voluntariamente lo desconocido («Hágase en mí según tu palabra»), aunque «una espada de dolor atravesaría su alma».

El final de Jesús no fue el vacío espantoso y gélido de la nada, sino la glorificación plena, la resurrección a una vida nueva. El final de su Madre fue también la resurrección, glorificación y vida definitiva en Dios.

Esto es lo que celebramos los católicos el día 15 de agosto. Rezarla, venerarla, pedir su intercesión… ser sus devotos es lo más natural del mundo.

María, nuestra Buena Madre, hermana en la fe, tú que supiste de fe y de esperanza, aviva en nosotros la comprensión y el deseo de seguir a Jesús.