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Jesús de Nazaret

Jesús de Nazaret

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Desde: 24/09/2015

IV.1.0.04. ¿Cómo se encaró Jesús a su propia muerte… que vio venir y no rehuyó?

Como había encarado su vida: dar a conocer al Padre Dios. Al final de su vida terrena entendió que su Padre Dios le pedía que entregase su vida dejándose torturar y matar porque esta era la forma más eficaz de mostrar su verdadero rostro: «Jesús, rostro visible de Dios invisible». ¿Fácil de entender? No. Mucho más difícil de practicar…

Para la Biblia, la muerte es consecuencia y castigo del pecado. ¿Vivirían los hombres para siempre en el Jardín del Edén de no haber pecado? La leyenda bíblica ni se lo pregunta… Para dicha leyenda lo importante es «explicar» el origen del pecado. La cuestión de la muerte biológica ni se la plantea; no necesita explicación.

Fijémonos en la secuencia bíblica: «vida – pecado – muerte – árbol de la vida – nueva vida». Jesús tendría en su mente este esquema mental, como los demás israelitas. Los primeros cristianos, tras la experiencia de la Resurrección de Jesús, enseguida interpretaron su muerte en cruz como castigo definitivo del pecado y posibilidad de acercarse al «árbol de la vida», la Cruz, para obtener «vida nueva». Y para todos, no sólo para los judíos.

Con esta idea de salvación universal, de fraternidad universal, de un Dios universal; con el corazón fortalecido por su oración intensísima al Padre, viendo como voluntad de su Padre Dios que se expusiese a ser apresado y ejecutado, confiando plenamente en Él, aunque con miedo pavoroso (sudó sangre) al sufrimiento y a que su vida cayese en el vacío de la insensatez humana, superando lo insuperable para cualquier otro ser humano… Jesús afrontó el horror de su apresamiento (incluída la traición de uno de los suyos), tortura y espantosa muerte en cruz. Tras la Resurrección enseguida entendieron los primeros cristianos que el sentido de la muerte de Jesús era la redención-salvación universal y definitiva.

Una pregunta para pensar: ¿Estás en el mundo para «hacer y ser» algo… o sólo «por haber de todo» y «¡De algo hay que morir»!?

Padre nuestro, que estás en el cielo;
Santificado sea tu Nombre.
Venga a nosotros tu reino.
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación.
Y líbranos del mal.

Amén

Dios te salve, María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo.
Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

Santa María, Madre de Dios,
Ruega por nosotros, pecadores,
Ahora y en la hora de nuestra muerte.

Amén

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.