I.1.1.2. Jerusalén y su templo. **
Es difícil entender la vida de cualquier israelita de la época de Jesús (incluso de la actual) sin hacer referencia a la ciudad de Jerusalén. Para los israelitas, Jerusalén era la ciudad que Yahvé les había dado. Fue construída en tiempos de su gran rey David y engrandecida con un templo extraordinario en tiempo de su hijo Salomón. En este templo se concentraba de alguna manera la presencia de su Dios. A él tenían que peregrinar cada año todos los israelitas piadosos.
Roma era capital «civil» del Imperio. En cierta manera, Jerusalén era capital universal, pues debido a su historia, el pueblo judío estaba extendido por todo el Imperio. El Imperio lo sabía. Los intentos judíos de sublevación fueron sofocados con terrible crueldad. Por última vez, en el año 70 d.C.
En su expansión a partir del siglo VII d.C., el Islam conquistó Jerusalén. Del templo de Salomón quedó el «muro de las lamentaciones». El Islam construyó una gran mezquita en su lugar, cuya cúpula dorada predomina en la imagen del Jerusalén actual.
Cuando el Islam conquistó Jerusalén, ya estaba constituida «la cristiandad», los reinos cristianos de las naciones europeas. Para ellos, el Santo Sepulcro de Jesús había sido profanado. Organizaron las Cruzadas para retomar Jerusalén. La guerra fue interminable. El movimiento de ejércitos fue tal que sus consecuencias duran hasta hoy día. Un ejemplo minúsculo: La población croata desciende de aquellos ejércitos cristianos: «croatas, cruzados».
¿Qué pensaría hoy día Jesús de esta Historia? Tenemos pistas. El evangelio cuenta que, mientras contemplaba el esplendor de la ciudad desde una colina próxima, Jesús lloró. «Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas». Especialistas serios dicen que estas palabras fueron atribuidas a Jesús en alguna comunidad cristiana de origen hebreo y en fecha posterior al año 70. Puede que sí. Tampoco tiene gran importancia. Es seguro que Jesús conocía la historia del destierro masivo de su pueblo a Babilonia, el abandono de la ciudad, la reconstrucción de la misma y del templo, etc. Y también es seguro que Jesús proclamó que «había llegado el momento en el que ya no se adoraría a Dios aquí o allí», sino en lo más íntimo del corazón de cada ser humano.
En lo referente al culto, Jesús dejó muy claro que su Padre Dios prefería la misericordia, la compasión, la atención a los más débiles, etc. a todos aquellos lujos. A Dios podemos rezarle en cualquier sitio, porque siempre podemos «entrar en lo más profundo de nosotros mismos donde encontraremos un espacio de soledad… en el que está Dios».
¿Rezas alguna vez? Rezar, ¿tiene sentido para ti?
Padre nuestro, que estás en el cielo; Danos hoy nuestro pan de cada día. Amén |
Dios te salve, María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo. Santa María, Madre de Dios, Amén |
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. |