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Jesús de Nazaret

Jesús de Nazaret

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II.3.0.17. La vida en familia de Jesús en Nazaret.


 

Nazaret, en tiempos de Jesús, era una aldea pequeñita. Estaba situada en la ladera de una colina. Las viviendas tenían una sola estancia; en ella, las tinajas para el agua, el aceite, la harina… Paredes de barro o adobe, alguna hornacina para cazuelas, candil, etc. Enrolladas y contra la pared, las esteras que se extendían en el suelo por la noche para el descanso. Los tejados, de palos secos y barro. Algunas viviendas, adosadas a la ladera, aprovechan pequeñas excavaciones para ampliar el espacio.

Las viviendas se agrupaban en torno a un patio común, en el que se realizaban las tareas de las mujeres: preparar la harina para el pan, el horno común, leña acumulada, aperos de labranza, los pesebres de los animales, etc. Era también el lugar de juego de los niños más pequeños bajo cuidado de sus madres, de los trabajos diarios de preparar el pan, tejer y reparar la ropa, las tertulias del atardecer, etc.

En la parte alta de la colina había olivos. En la parte baja próxima a la aldea cultivaban hortalizas. En campo abierto, las tierras de trigo y cebada. El viñedo, en zonas aterrazadas de la colina. Abajo, una pequeña construcción de piedra para recoger el agua del manantial que brotaba allí mismo.

Desde muy pequeñitos, las niñas ayudaban a sus madres; los niños, a sus padres en el trabajo del campo, del ganado, del huerto, etc. Jesús iría con su padre José a realizar los trabajos que le pedían. Descansaban los sábados. Cada año celebraban varias fiestas religiosas. Las familias iban a Jerusalén para alguna de estas fiestas. En primavera, la gran fiesta de la Pascua en memoria de la salida de Egipto, era la que más peregrinos reunía en Jerusalén.

Cada mañana y cada noche rezaban una oración sencilla, que les recordaba lo más importante de su Ley: Oye, Isarael: el Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Los judíos piadosos bendecían al Señor por todo: el amanecer, el atardecer, el sol, la lluvia, las cosechas… Los evangelios recuerdan esta oración de Jesús: «Padre, Señor del cielo y de la tierra, yo te bendigo… porque has ocultado estas cosas a los sabios e instruidos y se las has revelado a los pequeñuelos.»

Jesús, en sus parábolas, describe la vida que Él conoció y vivió.

Padre nuestro, que estás en el cielo;
Santificado sea tu Nombre.
Venga a nosotros tu reino.
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación.
Y líbranos del mal.

Amén

Dios te salve, María, llena eres de Gracia, el Señor es contigo.
Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

Santa María, Madre de Dios,
Ruega por nosotros, pecadores,
Ahora y en la hora de nuestra muerte.

Amén

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.