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Jesús de Nazaret

Jesús de Nazaret

StatPress

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Desde: 24/09/2015

I.3.2.0 Juicio y condena a muerte. Oración ante Cristo crudificado.

Jesús no molestaba al Imperio. Montar un borriquillo para entrar triunfalmente en la ciudad no era lo más adecuado para llamar la atención del ejército.

Pero sí llamó la atención de las autoridades Judías. Estaban muy molestos con Jesús. Sus palabras y su vida chirriaban. Cumplía la Ley pero con gran libertad. Había mostrado su pensamiento con claridad meridiana: «No se hizo el Hombre para la ley, sino la Ley para el Hombre».

Muere Lázaro. Muchas gente importante de Jerusalén va a la villa a dar el pésame a la familia. También fue Jesús y resucitó a Lázaro cuatro días después de estar enterrado. Dios confirmaba sus palabras y su vida nada menos que con un milagro tan patente. Lo lógico sería una reacción de admiración y escucha. Todo lo contrario. De vuelta a Jerusalén, «deciden matar a Jesús».

Se les presentaban dos dificultades: «judicializar» su resolución y «ejecutar» la sentencia.

Para judicializar su determinación hicieron un simulacro de juicio en dos partes: primero en casa de Anás una especie de «instrucción» del caso. No tenía valor judicial. Por la mañanita del viernes se reune el Sanedrín presidido por el Sumo Sacerdote Caifás . Ya es juicio oficial. Buscan testigos. No encuentran nada digno de pena de muerte. Por fín, la pregunta del Sumo Sacerdote: «Dinos ¿eres tú el Mesías?» Jesús dio una contestación que interpretaron como afirmativa. Eso era blasfemia… ¡Pena de muerte!.

Ejecutar la sentencia era otra dificultad. El Imperio había quitado al Sanedrín la capacidad legal de aplicar la pena de muerte. Tenían, pues, que acusar a Jesús ante el Gobernador por un delito civil. Según la ley civil, sería crucificado. Según la ley religiosa, hubiera sido lapidado. Lograron un eficacísimo movimiento de masas: consiguieron que Pilatos lo condenase a muerte de cruz. Pilatos se lavó las manos en señal de que aquello, judicialmente, no tenía ni pies ni cabeza. Pero no quiso enfrentarse a las autoridades judías…

Recemos esta profunda y bellísima oración. Un consejo cordial: Aprendezla de memoria y rezadla ante una imagen de Cristo crucificado. Quizá lleguéis a encontrar razones para ser cristianos de verdad.

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.